La Europa imperialista en la crisis
- Luciano Vasapollo
- 24 feb 2016
- 9 Min. de lectura
El actual contexto de la competencia global
Foto: Archivo.

1.
La crisis económica del capital internacional que está manifestando toda su profundidad en estos últimos años pero que se origina desde el principio de los 70 como crisis general de acumulación, ha sido por nosotros identificada en varios trabajos desde hace ya más de 15 años, como una crisis sistémica; y por tanto, distinta de aquellas “normales” crisis en medio de las cuales se despliega el modo de producción capitalista, precisamente a partir de su condición intrínseca de desequilibrio.
Independientemente del hecho que su profundidad esté evidenciada en las Bolsas y en las prácticas especulativas de los grandes sistemas bancarios, desde siempre hemos avistado que no se trataba de la clásica crisis financiera, porque en tales “normales” situaciones no se interrumpen los procesos internacionales de acumulación de capital.
El nuevo rol de la banca es darle oxígeno al sistema financiero y pone en funcionamiento la entera economía del “maldito” juego de las multinacionales y transnacionales privadas; y todo con el dinero de impuestos y tasas que gravan sobre todo a los trabajadores que en contrapartida tendrán solo aquello que desde hace tantos años hemos definido como “Welfare de los miserables”.
El capital internacional busca de esta manera sobrevivir del mejor modo, intensificando la sustitución de las funciones del capital productivo con las de financiarización, las deslocalizaciones, las externalizaciones, las privatizaciones, y reduciendo drásticamente los costos de la producción, con un ataque violento al costo general del trabajo, al sistema de garantías y derechos del trabajo, al salario directo, indirecto y diferido; provocando así desocupación estructural, precarización institucionalizada, uso chantajista de la fuerza de trabajo inmigrante a fin de expulsar la mano de obra local, más costosa, más exigente en términos de derechos y garantías.
Puede también suceder que la crisis financiera se acompañe de una radical mutación del modelo de acumulación capitalista y su conexo sistema productivo; esto ha sucedido probablemente solo en un caso, en 1929, determinando radicales cambios políticos-institucionales que se asocian a la definición de un distinto modelo de producción y de desarrollo. Y es aquí, en este caso en que la crisis asume connotaciones de estructuralidad, por lo que podría suceder que naciese un nuevo modelo de acumulación capitalista, como ya ha sucedido decíamos, en 1929, con la complejidad del modelo keynesiano en sus diversas formas y desarrollo.
“Las relaciones de producción han entrado en conflicto con carácter endémico, destruyendo por primera vez la forzada convivencia patrón–trabajador”
También cabe señalar que desde hace tiempo hablamos de crisis sistémica porque la estructuralidad de la crisis hace evidente la tendencia de la caída de la tasa de beneficios en los países más desarrollados, o como mejor definimos nosotros, países de capitalismo maduro.
Es clara la evidencia en este caso de la enorme destrucción de “fuerzas productivas excedentes”, sean ellas fuerza de trabajo o de capital, como explicitación de formas de trabajo anticipado; por tanto, no se dan más las condiciones para relanzar un nuevo modelo de valorización del capital que pueda dar la “justa” reditualidad a las inversiones y por tanto, crear un nuevo proceso de acumulación capitalista, a través del modelo de producción.
Esto significa que la constante sobreproducción de mercaderías y capitales en los países de capitalismo maduro, no encuentra más soluciones ni en las formas de presentarse o de dar salida a la crisis coyuntural, ni de aquellas de naturaleza más estructural, y que va configurando cada vez más, un carácter de crisis global acompañada de crisis sistémica.
Esto es porque las mismas relaciones de producción entran en conflicto con carácter endémico, destruyendo por primera vez la forzada convivencia patrón–trabajador.
La crisis es sistémica porque siempre es más amplia la brecha entre el desarrollo de las fuerzas productivas, la modernización y socialización de las relaciones de producción, al punto que son ahora afectadas, no solo éstas últimas, sino las mismas relaciones sociales en todos los países del capitalismo maduro: así que los nuevos sujetos del trabajo, del no trabajo y del trabajo negado, esto es aquél sujeto que pertenece a la clase proletaria explotada, no obstante la modernidad de las formas, no acepta más y no ve posibilidad de emancipación política, cultural, social y económica en la sociedad del capital.

2.
Si la actual crisis del capital viene desde lejos y muestra su estructuralidad, y luego el carácter del todo sistémico ya desde los primeros años 70, con una tendencia al estancamiento, con fuertes y continuas tensiones recesivas, en parte atenuadas por continuos procesos de recomposición de las localizaciones de los centros de acumulación mundial del capital, es precisamente en estos cuarenta años que al mismo tiempo, se muestra una reducción temporal de los ciclos de las crisis financieras; estas crisis se han evidenciado en diversas formas de endeudamiento creciente, internas y externas, públicas y privadas, que de hecho han garantizado de cualquier modo la sobrevivencia de los históricos centros de acumulación del capital de Norte América y de Europa Occidental.
Es por esto que un sucio juego mediático nos quiere hacer creer que la actual crisis es de naturaleza financiera, y debida a una excesiva liberalización y desregulación de los mercados, que ha provocado burbujas especulativas y la sustitución de ganancias del capital productivo “bueno” a los beneficios del capital financiero “malo”, con el exceso de rentas financieras inmobiliarias y de posición.
Esto habría influido notablemente en el cambio redistributivo del PBI entre capital y trabajo, aventajando las formas retributivas del capital financiero, tales como los intereses y las rentas, sin incrementar de hecho en términos generales, los dividendos no repartidos y el autofinanciamiento propio e impropio.
De este modo, se va reduciendo la capacidad de las empresas para efectuar inversiones de capital propio, favoreciendo a su vez, los procesos de endeudamiento y todo ello, afectando la capacidad general del proceso de acumulación capitalista.
“Entre 1993 y el 2008, el número de trabajadores asalariados ha aumentado del 20%, y los réditos por el trabajo han aumentado menos del 10%, mientras los consumos y las inversiones no productivas de los capitalistas aumentaron un 211%”
Con la explosión de las burbujas especulativas, financieras e inmobiliarias, la caída de los precios de los activos financieros del capital ficticio, con las consecuentes y varias situaciones de insolvencia bancaria, se han ido evidenciando las diversas crisis regionales, como por ejemplo aquella de Japón en el 1992, de México en 1995, los tigres asiáticos en 1997, en Rusia 1998, hasta aquella del 2007, que viene erróneamente definida como crisis financiera de los Estados Unidos y que en el 2008, atravesó la articulación del sistema bancario internacional, golpeando a todos los países de capitalismo maduro.
Todo esto hace pensar que la elección de la financiarización de la economía como un proceso momentáneo de reajuste del capital internacional, mientras se trata efectivamente de un ilusorio tentativo de salida de la crisis estructural y tambien sistémica, evidenciando la incapacidad y la imposibilidad del renacimiento de un nuevo modelo de acumulación capitalista a través de la posibilidad del cambio del modelo de producción.
El endeudamiento generalizado es parte de esta perspectiva financiera que es afirmada con un largo ciclo de bajos intereses, acompañado de formas salvajes de desregulación y con el rol central de los organismos internacionales. En particular el FMI ha sostenido un sistema de pagos internacionales en grado de garantizar la continuación de una buscada condición de desequilibrio, en la cual al increíble endeudamiento estadounidense podría compensar el enorme superávit de Japón, Alemania y China.

Es obvio que una tal estructura de pagos internacionales ingresa en el sistema una gigantesca concentración de liquidez obtenida por las grandes multinacionales y gestionada por los grandes bancos y las grandes sociedades financieras. Tales excesos de liquidez han sido canalizados en el sistema financiero, contrayendo aún más fuertemente las inversiones productivas, reduciendo así la capacidad del rédito de los trabajadores. Tanto que ahora desde la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCSE), y desde muchos otros organismos internacionales, viene evidenciado que en los últimos 30 años se ha reducido de otro 10% la participación en el Producto Bruto Interno de los réditos del trabajo, comprendidos los países del capitalismo maduro, con un correspondiente aumento de los réditos del capital, entonces de la masa del plus valor; a esto se acompaña un equivalente desarrollo de la productividad del trabajo, pero todo va claramente leído a través de una inversión estructural en la redistribución de los réditos.
Es justamente la OCSE que evidencia que entre 1993 y 2008, el número de trabajadores asalariados ha aumentado del 20% (precisamente en los países OCSE) y los réditos comprendidos por el trabajo han aumentado menos del 10%, mientras los consumos y las inversiones no productivas de los capitalistas en el mismo período, han aumentado un 211%.
Entonces, tal exceso de liquidez deriva precisamente de la modificación estructural de la redistribución del PBI a los réditos del trabajo y capital, con fuerte ventaja para este último ya a partir de los años 80. A esto va agregado que los incrementos de productividad del trabajo de los últimos 30 años han sido redistribuidos solo en una pequeña parte al aumento salarial total, y por último tal acumulación de liquidez ha sido debida también a los procesos de centralización de capital con fusiones, incorporaciones, liquidaciones, más o menos verdaderos quiebres y cierre de empresas, que han agigantado el ejército de desocupados y de precarios.
3.
Tal proceso viene de lejos, ya desde los primero años 70, cuando la crisis de acumulación asume características fuertemente estructurales, y luego, plenamente sistémicas, de hacer tanto que el capital internacional elija de financiar la economía, es decir toma particular impulso ya desde los primeros años 80, marginando de hecho el rol de los bancos comerciales.
Este es el contexto en el cual a partir del 2009 se desencadena la crisis de la deuda soberana y de las relacionadas políticas públicas de la economía, que han visto la hemorragia del dinero público; por ejemplo los Estados Unidos de América, que ya inicialmente han gastado más de 2.500 billones de dólares para intervenir y sostener su sistema financiero (con operaciones de restauración de liquidez, intervención sobre la solvencia bancaria, garantías, bonificaciones de los activos financieros de mala calidad, con gastos de financiación directa sobre el capital accionario de bancos y financieras sobre el límite del quebranto, etc.); con la Gran Bretaña que por las mismas operaciones ha empleado otros 1.000 billones de dólares.
En realidad, en términos cuantitativos la cuestión de la deuda pública ocupa una parte casi secundaria respecto de los problemas de la deuda externa total; y por ejemplo, en la Eurozona la deuda externa soberana representa cerca del 45% del PBI mientras que la deuda bancaria privada, casi todo a corto plazo, equivale a cerca del 90% del PBI.
Grecia, ha evidenciado una deuda externa soberana fuera de la media, particularmente prodigiosa, porque por ejemplo en los Estados Unidos y en Gran Bretaña la deuda externa privada de empresa (incluso de las deudas intra-firm) es superior a la deuda soberana de los países de la Eurozona.
Se invierte así, las conductas y el rol del ciclo expansivo keynesiano; de hecho en tales construcciones que se reedita el modelo teórico del equilibrio de la contabilidad nacional keynesiana, el rol del operador bancario y de aquél intermediador entre el operador familiar, que tiene como su objetivo institucional realizar consumo y ahorro, mientras que el operador empresarial, en cuanto dedicado a la actividad productiva, debe sostenerla con el autofinanciamiento, pero sobre todo con el endeudamiento.
En este contexto, el modelo keynesiano social juega un rol de amortiguador en el conflicto capital-trabajo, porque puesto a redistribuir ingresos (entonces valor adjunto y por agregación PBI) a los trabajadores, esto último, gracias a la fuerza expresa del gran ciclo de luchas ganadas en los años 50 y 60, conquistan mayor capacidad adquisitiva y por tanto una fuerte propensión al consumo sostenido por el propio salario; con tal capacidad adquisitiva se las arregla para crear fuentes abundantes de ahorro para destinar a través de la intermediación bancaria a golpear el endeudamiento de las empresas para efectuar inversiones y por tanto sostener el ciclo de acumulación de capital.
Con la financiación de la economía, con la obtención de beneficios y con la comprensión de la masa salarial, el modelo precedente, denominémoslo de la era del crecimiento, viene a caer y así se invierte el rol de los operadores económicos.
“Las relaciones de producción han entrado en conflicto con carácter endémico, destruyendo por primera vez la forzada convivencia patrón–trabajador”
La reducción de la masa de asalariados comprendidos en la redistribución del PBI disminuye, obviamente, la capacidad de adquisición y la propensión al ahorro, transformando el operador familia, entonces pasa de los trabajadores a consumidores endeudados, con el aumento de las mil formas de recursos al endeudamiento para sostener el consumo, inclusive de aquellos de primera necesidad.
Al mismo tiempo, la siempre cada vez más evidente redistribución del valor agregado a los réditos de capital, y la transformación de las utilidades en ganancias, desalienta de hecho, la propensión a la inversión productiva, también por la disminución del consumo de las familias, y también porque el aumento de la incorporación de los beneficios hace menos importante y estratégicamente irrelevante el recurso al endeudamiento de empresa.
Se llega así a configurar el nuevo equilibrio entre sujetos económicos en los cuales los operadores familia, y entonces, los trabajadores son aquellos que más recurren al endeudamiento usando préstamos bancarios o de sociedades financieras. El operador empresa deviene el nuevo sujeto de ahorro, que encamina sus recursos en continuar con la especulación financiera, mientras el sistema bancario endereza los grandes flujos de liquidez prevenientes de la especulación financiera no más a los créditos hacia la producción, sino que se transforma en proveedor de préstamos al consumo. Todo esto realiza un fuerte endeudamiento del operador familia y de la otra parte, un bloque estructural en los procesos de acumulación del capital que lleva a direccionar el aumento en la redistribución del capital que conduce al aumento en la redistribución de los ingresos de capital hacia la realización de rentas financieras.
En todos los casos, y esto vale para Italia y para todos los países del área, la construcción de la Europa de Maastricht, con la imposición de sus parámetros de sostenibilidad en los cuales el fundamento es el mantenimiento de un bajo déficit fiscal y de una baja deuda pública, han hecho que el operador Administración Pública, en este caso el Estado, haya sido tentado en reducir la oferta total de títulos de la deuda pública contrayendo así ulteriormente la posibilidad de crear beneficios adicionales para las familias a través de intereses apetecibles.
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