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Reverón al Panteón

  • Francisco Ardiles
  • 23 may 2016
  • 4 Min. de lectura

¡Qué cosa tan seria es la luz! ¿Cómo podemos conquistarla? Yo lo he intentado y esa ha sido mi lucha”. Armando Reverón


“Si el objetivo del arte oficial era hacer de lo creado algo visible, el de Reverón fue todo lo contrario. Revelar con los mínimos recursos lo más efímero y espiritual, una forma de interpretación del arte relacionada estrictamente con la subjetividad y con la acción visual de quien mira y se pregunta: ¿Qué puede uno, en realidad, ver del mundo?”

Reverón y sus muñecas.

Los restos mortales del pintor venezolano, Armando Reverón, fueron trasladados al Panteón Nacional venezolano, el pasado martes 10 de mayo, en conmemoración al día del artista plástico y en seguimiento de una serie de iniciativas impulsadas hace dos años, cuando la vida y obra del artista fue decretada Patrimonio Cultural de la Nación.



Armando Reverón nació en 1889 y murió en 1954. Estudió en Venezuela hasta finales de 1910. Luego en 1911 viaja a Europa. Durante 4 años estudia en las escuelas de Barcelona, Madrid y París, de esta manera entra en contacto con la obra de Goya, Velázquez, el Greco y los pintores impresionistas. Según Alfredo Boulton, esa relación de admiración que establece con el impresionismo francés lo llevó a convertirse en el gran pintor que fue, pero de acuerdo a Damián Bayón su aporte trasciende esta categorización. Junto a Rafael Barradas, Joaquín Torres-García, Wilfredo Lam, Pablo Burchard, Rufino Tamayo y Cándido Portinari, el grupo de precursores de las nuevas formas del arte en América Latina, comparte un tipo de originalidad que pudo transformar con sus contribuciones las huellas de la herencia europea. Ese rasgo que podríamos considerar, salvando las distancias, de colonial, se evidencia en un estilo que proviene directamente de la estética metropolitana pero que se materializa como algo distinto y autónomo, transformado quizás, por el influjo del espacio y sus resplandores, en la materia salina de la brisa, el eco fantasmal persistente de los ancestros y el delirio soleado de los espantos infantiles que reconocemos en sus obras.



De acuerdo a Juan Calzadilla, este destacado alumno de la Academia de Bellas Artes de Caracas, fue miembro sui generis de la generación que funda el Círculo de Bellas Artes en 1912. Este crítico asegura que solo participó de manera esporádica en esta agrupación, por eso tanto su obra como sus procedimientos y principios estéticos deben ser vistos como algo fuera de serie para el momento. En este sentido, la síntesis formal, la economía de medios, la rapidez en la ejecución, el carácter gráfico de sus figuras, la inmediatez en la resolución de la composición, las cualidades matéricas logradas en la organicidad de sus piezas y la importancia dada a la pincelada gestual, le otorgan a sus planteamientos pictóricos la calidez del despojo, la desagregación, el soporte, la textura y la apariencia del paisaje que tanto lo subyugó.



En 1921 Reverón decide escapar de la ciudad de Caracas para vivir en Macuto, pueblo costero cercano a la Guaira. Este año es fundamental en su vida y en el desarrollo del arte en Venezuela, porque representa para la plástica nacional el inicio de una etapa determinante. La convivencia con la luz de los paisajes lo llevó a pintar cuadros fundamentales: Paisaje en azul, 1929; Cinco figuras, 1939; Marina, 1944; y Cruz de Mayo, 1948. Estas piezas tan importantes fueron generadas mediante la experimentación y el uso de diversos materiales y procedimientos. Fueron hechos con alma, dedos, manos, rasgadura, sangre, pintura diluible, grafito y carboncillo, témpera y ceniza sobre papel, el óleo, la tela más burda y sobre coleto más tosco, mismo con el que en ese tiempo se confeccionaban los sacos. En estas piezas de técnicas mixtas y procedimientos híbridos, casi que inventadas por el autor en su aislamiento, en su consustanciación con la naturaleza de la costa, vemos cómo, por primera vez, un artista venezolano se acerca tanto a los límites de la percepción humana, que es capaz cuestionar la validez de nuestra visión y conocimiento del mundo.



Hasta ese momento todavía era posible creer que cuando se estaba pintando un paisaje se representaba la realidad. A partir del instante en el que este hombre se pregunta sobre el sentido de su propia obra, surge el principio de la duda y se deja ver el espectro del espíritu de la modernidad en la pintura venezolana, el concepto, el performance, la fuerza del gesto y la potencia transgresora de la ironía. Si el objetivo del arte oficial era hacer de lo creado algo visible, el de Reverón fue todo lo contrario. Revelar con los mínimos recursos lo más efímero y espiritual, una forma de interpretación del arte relacionada estrictamente con la subjetividad y con la acción visual de quien mira y se pregunta: ¿Qué puede uno, en realidad, ver del mundo?



Aunque no fue un vanguardista, ni firmó ningún manifiesto, con este gesto creativo Reverón ofrece una nueva estética en Venezuela. Fundó las bases del escepticismo pictórico de nuestra contemporaneidad. Hizo de la creación plástica un ensayo reflexivo sobre la captación objetiva del entorno. Fue el primero que se atrevió a presentar una versión poética de los recuerdos y los hechos personales. Podemos decir sin duda alguna que este fue su gran aporte, crear un panorámico universo cotidiano diluido en extrañas, pálidas y fantasmáticas monocromías, y recrear a partir de sus visiones los espejos imaginarios y tornasoles de la costa venezolana. Sentar las bases de una estética personal, basada en la libertad del gesto originario de los hombres, y sostenida por una gama de colores salidos del horizonte.

 
 
 

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