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Los cuatro simulacros

  • CLODOVALDO HERNÁNDEZ
  • 4 jul 2016
  • 4 Min. de lectura

La semana pasada fue de simulacros. Algunos muy bien pensados y pertinentes.

Otros muy malintencionados y reincidentes.

Simulacro 1: No es un sismo, es un autogolpe

La disociación psicótica es una epidemia que surgió hace ya muchos años, pero no da señales de ceder. Los rumores y comentarios a propósito del simulacro de emergencia sísmica realizado el pasado miércoles fueron para una antología del absurdo, para una colección de la paranoia política.



Atizados por los laboratorios de guerra no convencional, los fanáticos contrarrevolucionarios traficaron con todo tipo de versiones acerca de la supuesta verdadera utilidad del simulacro organizado por la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas (Funvisis).


Casi todas las enloquecidas interpretaciones recalaban en que el rrrrégimen lo que estaba simulando no era un terremoto, sino el autogolpe que dará, de un momento a otro, para perpetuarse en el poder.



Cada facción opositora arrimó la sardina para su brasa. Los caprilistas entendieron que el autogolpe ensayado se dará para impedir el referendo, mientras los ramosallupistas arguyeron que el zarpazo de verdad verdad se dará cuando el Tribunal Supremo de Justicia disuelva la Asamblea Nacional. Algunos temblaron de rabia con sus propios rumores.



Simulacro 2: Elecciones en Espazuela


Luego de seis meses tratando infructuosamente de cuadrar un gobierno mediante un acuerdo de élites políticas, los españoles fueron de nuevo a votar. La campaña electoral tuvo un elemento recurrente y alucinante: Venezuela.



Al final de la jornada, el balance es que todo sigue más o menos igual que en las anteriores elecciones, celebradas en diciembre. La campaña brutal contra Podemos logró arrancarle una buena cantidad de votos y mantener a ese partido (esta vez aliado con Izquierda Unida) en el tercer lugar. Lo gracioso es que el factor más activo en el tema de Venezuela, el partido derechista Ciudadanos, también decreció y, según los analistas, sus votos fueron a parar a manos del corrupto y desgastado Partido Popular.



O sea, que Rivera (el mozuelo que vino a Caracas a darnos clase de democracia, invitado por la Asamblea Nacional), presunto vocero de la nueva política ibérica, terminó haciéndole el trabajo a la vieja política de Rajoy y su combo.



Por lo demás, en casi todas las regiones del reino (recordemos que España no es una república, sino un reino) afloraron denuncias de fraude de todos los calibres. La prensa opositora venezolana, a la que tanto le gusta el tema, ha optado por hacerse la disimulada.








Simulacro 3: La victoria de Ramos Allup en la OEA


En una semana de grandes simulacros, no resultó extraña una simulación continuada. El lenguaraz y maledicente Henry Ramos Allup se había marchado a Washington lanzando mensajes en tono de perdonavidas. Que si apriétense el cinturón, que si péguense del taburete, que si vamos con todo. Juró que hablaría en la OEA y si no lo dejaban hacerlo oficialmente, hablaría en la calle de enfrente de la sede del organismo.



Al final, solo hablo en una triste asamblea de “exiliados” en Miami y se regresó a Caracas como plancha e’ chino. Típico de ciertos personajes, quiso cobrarle los platos rotos (sus platos rotos) a los funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana y a un periodista que a él le pareció insolente (¡uf, mira quién habla!).




El súmmum de la simulación vino el lunes, cuando el encendido presidente de la Asamblea Nacional dio una rueda de prensa con medios amigos (de él) para decretar la nueva verdad mediática: el episodio de la OEA fue una clamorosa victoria para la oposición y una fea derrota para el gobierno. No importa que usted haya visto a la canciller Delcy Rodríguez dándole una pela a Almagro. No importa que los diputados que iban con todo hayan sido vistos por ahí en una foto donde lucen “como un burros amarrados a la puerta del baile”. Todo eso, según el análisis de Ramos Allup, fue un simulacro de derrota.



Simulacro 4: Fedecámaras preocupada por la gente


La cúpula del empresariado realizó su Asamblea Anual y, para no perder la costumbre, sus dirigentes lloraron a moco suelto por lo mal que la están pasando en el actual escenario de altos precios, escasez, bachaqueo y especulación galopante.



Los líderes de la clase empresarial aseguraron que están muy preocupados por los trabajadores y consumidores, y, por supuesto, le atribuyeron la culpa de todo al gobierno. No hubo ni siquiera una pizca de revisión endógena.



Nadie dijo nada de los industriales que han modificado los tamaños de sus productos, en detrimento de los más pobres y para agudizar la situación de escasez, acaparamiento y reventa especulativa; nadie dijo nada de los empresarios que se confabulan con los bachaqueros para montar una red paralela y muy lucrativa de distribución de sus productos; ningún directivo fedecamaril abrió la boca para decirle a los afiliados del sector comercio que, bueno, está bien que preserven sus ganancias, pero tampoco tienen que desplumar a los compradores como si fuera la última vez que les van a vender algo. Los anaqueles de la autocrítica también estuvieron vacíos, mientras se daban simulados golpes de pecho.









 
 
 

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