García Lorca: La muerte de un poeta
- Silvestre Montilla
- 22 ago 2016
- 4 Min. de lectura

"Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir", escribió de forma casi profética Federico García Lorca. La muerte encontró al poeta un 18 de agosto hace 80 años. Estaba en casa de su amigo Luis Rosales y tenía, cuentan, un billete para viajar a México en el bolsillo. Le detuvieron en esos primeros días de la Guerra Civil y dos días después, tras "mucho café", le dieron el paseo. Su cuerpo quedó en algún lugar entre Alfacar y Víznar, en su natal Granada. Una tumba desconocida para el poeta más amado de las letras españolas. Una tierra cualquiera donde yacer, como tantos miles en las cunetas y fosas comunes de esa España, sin nombre pero tan vivo como entonces.
"No hay nada más vivo que un recuerdo", dejó también negro sobre blanco ese "escritor con alma de poeta y mano de músico", como le define Lluís Pasqual, que ha publicado su personal homenaje a su hermano en De la mano de Federico (Arpa Editores) y ha dirigido numerosos montajes de Lorca, entre ellos la primera y mítica puesta en escena de El público en 1986. Porque el recuerdo, como la luz que todos los que le conocieron usaron para definirle, nunca se apaga. Lorca "era la lumbre misma", dijo José Luis Cano. Rafael Alberti decía que cuando entraba en una habitación era como si se iluminara. "Un ser nacido para la libertad", añadió Vicente Alexandre. "Traía la felicidad", remató Pablo Neruda. Lorca ha sido y es faro y misterio, lo mataron “por rojo, por marica y por poeta”, como sentenciaría Eduardo Galeano. Su cuerpo nunca fue encontrado y forma parte de los miles de desaparecidos que dejó la cruenta Guerra Civil promovida por el fascismo franquista y cuyos herederos hoy siguen gobernado a la España que aun está en deuda que uno de los más luminosos de sus hijos.
Honor a uno de los más grandes poetas de nuestras letras, al que como diría el padre cantor: Siempre volará la idea, aunque se pudran los huesos.
Grito llanero
CLAP, clap, clap
Pedro Gerardo Nieves
“El CLAP es cosa ingrata, se pierde el amigo y la plata”, dijo un guate amigo con algún pesimismo, parafraseando el viejo refrán colombiano aplicado al acto de fiar.
Y es que la tarea de los CLAP, que trata las expectativas in crescendo de la gente, es harto difícil, habida cuenta que no hay cama pa´ tanta gente y el descontento natural alcanza incluso a quienes, objetiva y contextualizadamente, deberían darse por satisfechos.
“Si le das 2 aceites a la gente, quieren 4; si llega margarina quieren de la grandota. Y puede llegar casi de todo, pero si falta mayonesa o crema dental, se arma la sampablera”, dijo con el corazón arrugao una honesta y alta pana operaria de los CLAPs.
La vaina a algunos patriotas involucrados les parece harto ingrata y, como en toda guerra, la moral es minada por el inmisericorde y hasta masoquista pregonar escuálido.
Tienen los CLAPS como inesperada e indeseada tarea que soportar asiáticamente la catajarra de insultos, calumnias, improperios, loqueras e histerismos que emiten no pocas cacatúas y paviperros de ala fascista que añoran un inexistente pasado adecopeyano de opulencia y disponibilidad de mercancías a bajos precios.
Eso sí, hablan paja de la buena, y la echan. Pero se llevan su bolsa.
Y aunque el demiurgo Jorge Luis Borges sentencie que el pasado es tan poderoso que ni Dios puede cambiarlo; la verdad es que los aparatos de propaganda y las grandes operaciones de sicología de masas hacen ver que esta situación es inédita y primeriza en nuestra Venezuela. ¡Con los adecos se vive mejor! Parece decir una voz de ultratumba a la pata de la oreja de las muchedumbres mientras al fondo ríe tenebrosamente un Chucky de copete entrecano.
Como víctimas de la garcíamarquiana peste del insomnio nosotros, los que apenas ayer buchones con dólares petroleros hacíamos parrilla en nuestras casas con carne importada por el Estado y que hoy nos encontramos asediados por la más formidable y truculenta guerra híbrida que nos quiere dar hasta con el tobo por todas partes, olvidamos el hambre (sí: el hambre) que laceró nuestro pueblo durante la IV República, la desnutrición severa de nuestros niños, la muerte de recién paridas sin leche en las tetas, el acaparamiento y la especulación por parte de mafias de la oligarquía aliadas con los gobiernos de entonces.
Porque si la vaina estaba tan buena en la IV república, preguntamos hechos los cándidos: ¿Entonces por qué los venezolanos llevamos a Chávez al poder?
Las carencia de productos, muchos de ellos fabricados por los procónsules del imperialismo; las debilidades éticas e intelectuales propias y atribuidas y una descomunal guerra mediática tratan con algún nivel de éxito invisibilizar la heroica tarea cumplida por los CLAPS.
Porque, sí señor, como lo dijo Maduro, la diferencia entre la derrota del pueblo y los evidentes avances que se tienen contra la guerra económica han sido, definitivamente, los CLAPs.
Altos funcionarios, como Aristóbulo, han explicado que “lo peor ya pasó”, y es una realidad objetiva que paulatinamente van bajando algunos precios y reapareciendo los productos en los anaqueles. Sin que estemos sentados en un lecho de rosas.
Maduro, el partido, el GPP, mejor dicho: nuestra Revolución, puso en el pueblo la tarea de defenderse y marchar ofensiva y organizadamente contra la guerra económica y, aunque a veces flaquee la voluntad, se va ganando la guerra. El pueblo va ganando la guerra.
Por eso hemos de cruzar una valla alta que nos separa de la victoria definitiva y hemos de entromparla con bolivariana determinación. Pasemos del esquema del CLAP distribuidor (necesario en su momento) al CLAP productor. Vamos a dale guaya, camarada.
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