La comunicación tiesa
- Pedro Gerardo Nieves
- 12 sept 2016
- 2 Min. de lectura

Si no fuera por Chávez los venezolanos todavía creeríamos que la luna es de pandehorno. De hecho hoy en día el más atochao de nosotros sabe, desde hace mucho, que los medios mienten, y muchas veces descaradamente, porque no son más nada que la expresión de las ideas de quienes controlan el poder.
Saben según la conseja marxista que los llaneros traducimos que "quien pone la plata pone el cantante, la música y el repertorio". O como se diría en el más ortodoxo y no documentado idioma de gochilandia: “el que tiene plata marranea, y el que no, se saborea”.
Esta claridad que tenemos los venezolanos, sean tirios o troyanos, en lo que respecta a la manipulación de los grandes aparatos de comunicación contrasta con la candidez -o insoportable estupidez- de los habitantes de otras latitudes.
Sí camarada. En otros países las masas se babean con cualquier basura embojotada en formato audiovisual, impreso o digital y le dan el valor de certidumbre sin hacer muchas averiguaciones. Hay que decir sin embargo, en su descargo, que en los países que mientan como “industrializados” los procesos de enajenación, control social y narcotización son sofisticados, de ultima generación científica.
Porque si aquí cualquier bagre de los medios de comunicación trata de manipular todavía con expresiones anacrónicas, por allá tiran pólvora de la buena con la neurociencia.
Sin embargo, siguiendo aquella ley trotskista del desarrollo desigual y combinado, hemos de aceptar que la narcotización y aplicación de sofisticadas técnicas de control ideológico, las tenemos instalaítas aquí, vivitas, coleando, y echando varilla de la buena. Y no por los bagres criollos, sino por los caimanes gringos.
¿A quien le iba a pasar por la cabeza que Evo Morales, el indígena aymara presidente de Bolivia, una comarca donde campea la comunicación comunitaria, directa, iba a tener que admitir un revés electoral ocasionado por las redes sociales? Pero así fue.
De tal manera que el rollo comunicacional acecha en cada vericueto de la cotidianidad política, y más si pertenecemos a un pueblo que, como los hermanos bolivianos, decidimos mandar al carajo al imperialismo y sus chamanes de paltó y asumimos el reto tremendo de ser libres y soberanos.
Con la pólvora del perrito, la más usada en el llano adentro por su efectividad y potencia, nos están tirando los catires gringos desde sus salas repletas de tanques pensantes, gorditos comedores de pizza con cocacola y becarias que le alegran la vida a los jefes. Plomo parejo, pues.
Mientras nosotros, herederos del esclarecimiento de Chávez para descifrar y evadir las trampas comunicacionales, no hemos resultado invencibles en la toma de la ofensiva mediática.
Hacer comunicación para los jefes o jefas, construir mensajes sólo para los chavistas, llenar nuestro discurso de consignas decimonónicas, panfletarias o carentes de contenido son algunos de los vicios que tratan de meterle palos en la bicicleta de la historia a este momento estelar de la independencia venezolana.
Y lo que decía un innombrable amigo, militante hasta la médula, es digno de ponernos a reflexionar y autopropinarnos una soberana patada que nos empuje hacia delante, ofensivamente:
-“Verga chamo: nos la pasamos jodiendo, chalequeando, haciendo chistes y mentepolladas. Tenemos una creatividad envidiable para echar cuentos, contar fábulas y hacer comparaciones, pero horror de los horrores, nos ponen frente a una cámara, o un micrófono y nos ponemos tiesos, engolados, artificiales y pendejos”.
Tenemos que dejar de serlo.
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