La poesía: El secreto de la vida
- Alejandra Reina
- 12 sept 2016
- 3 Min. de lectura
Yo sé que la poesía sirve para algo, lo que pasa es que no sé para qué. Cocteau

Esta distinguida poeta e investigadora literaria, nacida en La Habana-Cuba en 1923, Josefina García-Marruz Badía, mejor conocida como Fina García Marruz, entre sus trabajos nos deleita con un maravilloso ensayo dedicado a la poesía; y a propósito de éste hice algunas reflexiones.
Hace algunos días, conversando con un amigo me decía que la poesía, antes que todo, es confesión y comparto su pensamiento. La poesía quizá es el género literario más difícil de escribir, o quizá de expresar, porque sale de y desde lo entrañable de cada uno. A lo que la poeta dice: “Imagino la poesía como la súbita captación de aquello que seguiría existiendo aún cuando yo no lo viese”.
En Hablar sobre poesía, Fina nos atrapa en bellas y sencillas líneas para expresarnos aquello que es tan intangible como el recuerdo de la visión de un techo de estrellas bajo el arrullo (para algunos) de las olas del mar y la brizna de una llovizna momentánea. Y así son las líneas de nuestra poeta, nos envuelve y nos retrae en un hermoso análisis, que nos lleva a la poesía y al acto poético en sí. A aquello que va más allá de las líneas, de los espacios, de los silencios. A eso que constantemente se esta transmitiendo. Al día a día. A las costumbres. A la rutina. A eso, a eso que es poesía.
“La poesía no estaba para mí en lo nuevo desconocido sino en una dimensión nueva de lo conocido, o acaso, en una dimensión desconocida de lo evidente. Entonces trataba de reconstruir, a partir de aquella oquedad, el trasluz entrevisto, anunciador. Relámpago del todo en lo fragmentario, aparecía y cerraba de pronto, como el relámpago (…). La poesía para mí, la viviente y la escrita, eran una sola, estaba allí donde se reunían los tres tiempos de la presencia, la nostalgia y el deseo, sobrepasándolos, encendiendo no sé qué sed”.
Es ese tejido, ese enjambre de historias hilvanadas en cadenas; es un bolero dedicado a un amor y que este amor identifica, “el reloj” de Lucho Gatica, con otra persona; es una ventisca que termina en morisqueta. A su vez es un papá que todas las mañanas despierta a su hija con un ligero apretón por los piecitos. Es el derroche de feniletilamina al momento del encuentro amoroso; la excitación de la oxitocina y las endorfinas al saborear un buen chocolate. Son aquellos depredadores humanos que consumen la luz de los otros. Es el auge de la cotidianidad en cada mirar. Como decía un viejo conocido: Las mejores cosas, las más duraderas, están hechas de costumbres, de la rutina, del quehacer diario, eso es lo duradero, y eso es lo que trasmite la poesía.
Para Fina,“la poesía debiera crear, de hecho está tratando de crear siempre, otro lenguaje”. El acto poético se encuentra en lo intrascendental, en lo habitual. Es un acto de acción, de creación, de adopción, de fabricación y composición con los elementos habidos, es engendrar y dar a luz algo bello que en su manifestar usual no lo es. Es reinventar con lo que se tiene, hacer especie de catarsis textual para hacer una manifestación de la belleza, estéticamente, a través de la palabra. Es estar en una clase con el oído y el cuerpo sintiendo las vibraciones de “botaste la bola” de Francisco Pacheco; más allá la voz de una niña que le pide incesante “tetica” a mamá y esta intenta que haga silencio; ir en moto por la Libertador y que de tus ojos brote solución salina involuntaria.
Fina nos invita a “rescatarlo todo, no solo lo que no poseemos aún sino lo que poseíamos sin darnos cuenta”. No es el acto, es la esencia lo que vale, esa esencia constante, ya que “la belleza, o lo es todo, o sería la misma cosa que la injusticia”.
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