El ilustre uruguayo

Mario Benedetti. FOTO ARCHIVO

Tenía una semana malhumorada, le había escrito diplomáticamente, y la respuesta había sido igual. Esto la hacía enervar más. Estaba revuelta. Hacían meses de su separación, y sin embargo, sentía recaer lentamente. Era como un elixir, una droga que todo su cuerpo, su espíritu, su alma y su corazón le exigían a bocanadas grandes de aire para evitar una asfixia prolongada. Tanto desdén la hacía querer insultarlo, discutir. Si hubiese tenido que luchar contra un ejército, lo hubiese hecho y hubiese quedado con sed. Así que decidió llamarlo. No había repicado dos veces cuando escuchó su voz.

Respondió extrañado y con un deje de felicidad, dijo: te llamo luego. Y esa frase fue su muerte lenta.

Por la mañana despertó de peor humor, estaba al borde de un colapso. Recordó la Carta a Andrea de Benedetti:

“Querida Andrea:

No sé por qué, pero hoy me dio por extrañarte, por echar de menos tu presencia. Será tal vez porque el primer amor le deja a uno más huellas que ningún otro. Lo cierto es que estaba en la cama, junto a Patricia plácidamente dormida, y de pronto rememoré otra noche del pasado, junto a vos, plácidamente dormida, y sentí una aguda nostalgia de aquel sosiego de anteayer.

Alguien dijo que el olvido está lleno de memoria, pero también es cierto que la memoria no se rinde. Dos por tres suenan como campanitas en el ritmo cardiaco y una escena se hace presente en la conciencia como en una pantalla de televisión. Y aquel cuerpo que las manos casi habían olvidado vuelve a surgir como un destello hasta que otra vez suenan las campanas y el destello se apaga. ¿Te ocurre a veces algo así? ¿O será que me estoy volviendo un poco loco? Puede ser. Mientras tanto este probable loco te envía un invulnerable abrazo”.

Respiró profundo, una vez más, aún en cama, la mente volando, imaginando lo peor. Hasta que escuchó silenciosamente: ¡Basta! ¿Qué vas a esperar? Tomó el teléfono: ¿Almorzamos juntos? Al minuto tenía respuesta, como si nada hubiese pasado.

Su corazón comenzó a latir tan fuerte que pensó que se saldría de su pecho, sus manos comenzaron a sudar, y de sus ojos brotaron lágrimas. No lo entendía. Otra vez la vorágine, esa sensación que solo podía causarle: Él.

***

Con este relato, alusivo en gran parte al maestro Benedetti, lo recordamos en lo que sería su 96 cumpleaños. Mario, fue un hombre ilustre que comenzó a trabajar a la edad de 14 años como taquígrafo, posteriormente se desempeñó como periodista, locutor de radio y traductor. Aprendió alemán en la niñez, lo que le permitió ser el primer traductor oficial de Kafka en Uruguay. Nuestro escritor, como muchos otros, también fue exiliado, partiendo de su país a la Argentina, Cuba y España.

Perteneció a la Generación del 45 junto a personajes de la talla de Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño. Dirigió la revista Marginalia, escribió en Número, Asir, Marcha, La mañana, Peloduro, Brecha, fue miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas y fundó el Centro de Investigaciones literarias de ésta; en el 71 creó el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, agrupación que pasó a formar parte del Frente Amplio. Fue nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República de Montevideo.

Su extensa obra no radicó en un solo género y toda ésta consta de más de 80 libros editados, superando las 1200 ediciones, traducidas a casi tres decenas de idiomas. Obtuvo distinguidos premios y reconocimientos.

En diciembre de 2007, en Montevideo, Benedetti recibió de manos de Hugo Chávez la Orden Francisco de Miranda, la más alta distinción que otorga el gobierno de Venezuela por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos. Posteriormente recibió el premio ALBA, otorgado por Venezuela.

Fallece en 2009 a causa de una enfermedad pulmonar crónica.

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