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La paz de Colombia es también nuestra paz





Por increíble que pueda parecernos, incluso a los que crecimos viviendo de cerca el conflicto armado colombiano, la paz de Colombia y de toda América Latina se firmó. Esta semana el mundo presenció con indescriptible alegría la firma del histórico acuerdo de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos. El principal objetivo de los diálogos de paz acogidos por Noruega y Cuba, con la presencia de Chile y Venezuela como observadores, y que desembocaron en un acuerdo final de paz entre las partes, era poner fin al mayor y más sangriento conflicto armado que durante casi sesenta años azotó a nuestra hermana república, con la consecuente estela de desaparecidos, desplazados y emigrados que inevitablemente irradió de manera negativa a todo el continente y del que hoy todos los latinoamericanos de alguna forma hemos sido testigos.



Más allá de la circunstancia política por tan notable hecho, lo destacable está en el logro trascendental de haber conquistado la paz, sobre todo para un continente que tiene el lauro de ser una zona donde aparte de las luchas de independencia contra el colonialismo español, y de algunas otras contiendas intestinas por temas fronterizos en el siglo XIX, no ha conocido los rigores de la guerra que han tenido que padecer otros pueblos en África, en Asia y en Europa. La guerra en Colombia era, por así decirlo, el último reducto del militarismo y de su consecuente imbricación con las potencias hegemónicas que tras vestidores alimentaron el conflicto armado colombiano porque sus propios intereses estaban en juego.



Es harto conocido que buena parte del conflicto se alimentó durante años por los intereses geopolíticos de Estados Unidos en América Latina. Sin perder de vista que este país llegó a formular un verdadero plan de intervención armada que durante los años noventa masacró a miles de campesinos y al pueblo colombiano acusado de apoyar a las FARC, ya que se asociaba a éstas con el comunismo en clave regional.



La guerra en Colombia fue también el escenario propicio para la instalación mediante la venta de armas del sionismo israelí en suelo latino. Así, los dos Estados de mayor incidencia belicista a nivel mundial como EE.UU e Israel participaban activamente del conflicto colombiano. Colombia adquirió durante muchos años material bélico israelí así como permitió la instalación de varias bases militares estadounidenses en su suelo. En un plano más local, la guerra en Colombia permitió el fortalecimiento de las oligarquías nacionalistas cafetaleras, que bajo la justificación de erradicar a las FARC, crearon impunemente grupos armados de mercenarios conocidos como las Autodefensas Unidas de Colombia (las AUC) o los paramilitares como son también llamados. Estos grupos tuvieron una incidencia importante en el devenir histórico colombiano y contaron con el solapado pero innegable apoyo de grandes personalidades del acontecer político y empresarial del país, y sobre todo con el beneplácito de sectores de la burguesía nacionalista que veía en ellos una suerte de Paraestado que les otorgaba una licencia para desaparecer a sus naturales enemigos de clase; el campesinado y el pueblo colombiano.



Desde la proclamación de la república del Marquetalia, momento cumbre cuando un grupo de guerrilleros atrincherados se declaró en rebeldía contra la ocupación ilegal e ilegítima de vastas extensiones de tierra por parte de la burguesía agrícola del país, hasta la firma la semana pasada en la Cartagena de Indias de los acuerdos de paz luego de cuatro años de negociaciones, muchas cosas han ocurrido. Venezuela ha sido quizá el testigo más fiel de la crueldad de ese conflicto.



Nuestro país recibió cerca de 4 millones de inmigrantes y desplazados y se vio involucrado de manera directa en dicho conflicto por el solo hecho de ser la frontera más cercana que tenemos, y por decir lo menos, la más caliente dado el constante flujo de personas y mercancías diarias durante al menos los últimos cuarenta años. No podemos olvidar tampoco que la burguesía venezolana tuvo su momento para criminalizar a todos los migrantes colombianos que por la razón de guerra hicieron de éste su suelo patrio. Era un lugar común en los años 80 y 90 que la comisión de un delito fuera la obra de un “colombiano”. No porque fuera “malo” sino porque era colombiano.



Como casi todo lo que ha marcado la historia más reciente de nuestro país, la guerra y la paz en Colombia no han sido la excepción. Honor a quien honor merece, y como bien lo señalara Timoleón Jimenez, sin Hugo Chávez este acuerdo de paz no habría sido posible. Palabras que dejan claro la estatura política del Comandante Chávez. Mientras que el desfasado terrorista y paramilitar Álvaro Uribe se niega a la firma de los acuerdos de paz para su país, perfectamente fuera de lugar ya que la Colombia de hoy no es aquella de la guerra y la muerte, sino otra en la senda de la trasformación, el Comandante bolivariano sabía que la paz de la hermana república era también nuestra paz. Si algo puede convertirse en materia viva para hablar del legado de Chávez es ese sagrado documento que se firmara esta semana y del que la humanidad debe sentirse orgullosa. Venezuela se siente plenamente identificada con la paz de su vecina Colombia, América Latina jubilosa se reafirma en los valores de la solidaridad y de la construcción de la Patria Grande, esa que soñó Bolívar, esa que hombres como Chávez han ayudado firmemente a construir.

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